Por: Judith Ponce Ruelas
Le pregunté a Romero qué hacía cuando le apretaba el pecho, cuando los respiros profundos le arrebataban el equilibro, cómo reaccionaba en los momentos en los que por contenerte tanto te derrumbas toda. Cómo actuar en el evento inesperado del silencio cuando las acciones ya lo han dicho todo.
Él
me dijo que escapaba, yo le pregunté que a dónde, me dijo que
simplemente caminaba, le supliqué que me llevara consigo, él
pronunció “Alondra”, yo agaché la mirada. Con su voz flemática,
más pausada que nunca, me explicó que la magia consiste en caminar,
pero en caminar a solas.
Me
reí por un momento, después imperó el silencio, lo miré temerosa,
dilucidé que también me observaba, al contemplarme fijamente, me
estremecí toda. Le dije que me molestaba, que no soportaba su
indiferencia y en un gesto sutil, enfatizó toda su desavenencia.
Te
jactas de vehemente, confesó…
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