Carta a Rodrigo

Rodrigo, quisiera saber cómo estás, pero aquí conmigo solo quedan las suposiciones, así que supondré que estás bien. Las noticias malas vuelan con la rapidez de lo improvisto, y a mí ninguna mala noticia de tu persona me ha pillado distraída, bueno, no desde hace un tiempo.

Esperaré, entonces, que estés salvo, o por lo menos no estés mal. Por mi parte, quisiera comenzar esta misiva señalando que, en la escala Sabinera, han pasado ya los diecinueve días pero apenas van cuatrocientas sesenta y cinco noches. No me preguntes para qué, honestamente nunca entendí ese conteo, pero me sorprende lo reconfortante que puede ser la idea de reposar en un cantidad numérica que tiene toda clase de sinsentidos y pesares; estando segura que, cuando sorpresivamente arriben las quinientas noches, seguiré aquí, en este lugar que no tiene nombre y cada vez pierde más fuerza.

Rodrigo, desde que te fuiste, o mejor dicho, desde que pretendiste haberte ido. Desde aquél día en que anunciaste que te ibas, no he podido encontrar ni un solo día de tranquilidad.

He descansado en la idea del trabajo, del ejercicio, de la creatividad, incluso en la compañía de viejas y nuevas amistades. He engañado al lamento con un poco de optimismo, pero la realidad es que hoy, en la noche cuatrocientas sesenta y seis aún me cuesta trabajo dormir.

Hablo con María, la que por una vida de estudio ahora recibe de mí, un honorario que representa mi última esperanza. Ella sabe de ti, todo lo que he construido a partir de la idealización, pero también lo que he recibido desde la realidad. Es decir, conoce de ti lo inventado y los estragos, las ideas y las verdades. Sin que esto último indique que conocemos tu alma.

Ella sabe, porque no dejo de nombrarlo, cómo me pesan los días, aunque en realidad no son los días, sino las ideas que vengo cargando desde el día en que te marchaste y no me soltaste. En ocasiones, pensar en María, en sus consejos, en sus buenas intenciones, hace que levantarme de la cama sea un poco más llevadero. Me pesa todo, Rodrigo, me pesa moverme, despertarme y no encontrarte, me pesa no olerte, no mirar tus ojos color desierto que, después de tanto tiempo, me mostraron que también en tu árida mirada se desbordan torrenciales de vida que claman un poco de cariño.

Te extraño, Rodrigo, extraño de ti, quizá las cosas que construimos juntos. La intimidad que tú bien sabes, no hemos tenido con ninguna otra persona. La amistad que nos orilló a compartir espacios juntos, aquella película, en el cine o en la cama, aquella caminata tan efímera como precisa. Aquella plática juntos, aquellos abrazos que esporádica pero eternamente te robé. Tus besos, tus últimos besos. El como hacías de mí, conmigo y con este cuerpo endeble, lo que tu gana placía.

En mi mente, yace como un yugo que no puedo ni controlo, la última vez que me levantaste, tú bien sabes cómo eso me mata… cómo a media calle alzaste, no solo estas piernas que te responden y respetan, sino con ellas, todas las ilusiones de volver a ser de ti, la que siempre está.

No puedo, o simplemente no quiero renunciar a todo lo que tú eres y la química que despliega sin querer, desde el día que nos conocimos. Pues no tuvimos que hacer el mínimo esfuerzo por querer ser el uno del otro, tú sabes que eso fuimos, tú de mí, yo de ti, como quizá no hemos sido con nadie más.

Me pesa, de cierta manera me pesa la existencia. Y pese a que me encuentro cada vez más atractiva, más fuerte, más segura, hasta más consciente de lo que quiero, de lo que soy y de lo que estoy dispuesta a ceder por estar bien. No logro encontrar en alguien más el amor que tengo por ti, Rodrigo. Y no es que lo busque, yo no busco nada. Yo solo espero, o eso creo, que espero una respuesta que al parecer se disipa con los días…

Ahora que ya sé de límites, de restricciones y permisiones, ahora que incluso nombro lo que me gusta y lo que no. De todo ello no puedo disociar el amor que tengo a esta idea de nosotros.

«María, no es un capricho, juro que he dejado ir episodios, personas y emociones, para encontrarme con mejores caminos, con experiencias más apacibles, con la adrenalina del nuevo comienzo. Pero Rodrigo no me suelta, y yo no quiero que me suelte, tampoco lo he soltado, quizá lo espero, lo espero incluso, sabiendo que se enamoró de alguien más».

Han pasado cientos de días, me siento cada vez más diferente. Pero no logro entender porqué la idea de nosotros no se disipa con el tiempo. cuando llegó a mí la noticia que tanto ocultó el entorno, no sabría cómo explicar, Rodrigo, que no fue suficiente para alejarme de este sentimiento. Hay quienes sin mayor esfuerzo, atado a la idea de una dignidad que no se toca, se alejan y obligan lo que yo por años te dije, era una genuina forma de decirte «aquí estoy».

Hay haberes más lógicos, más vanos, pero no entiendo por qué, si tú estabas en la montaña, nunca dejaste de mirar hacia los lejanos horizontes de tu pasado. Quizá fueron esas divisiones, las que no me dejaron soltarme de esto, a lo que ahora me aferro conscientemente.

¿Por qué no me soltaste? ¿te has preguntado si alguna vez quisiste irte? dices que no entiendes mis razones, que adopto conjeturas de lo que me resulta más fácil creer. Ven entonces y explícame cómo se enamora a alguien sin haber soltado… dime entonces cómo te atas a todos tus presentes venideros, a una idea, sin soltar la intimidad del Agosto- Octubre que somos.

Te perdoné, con todas las consonantes de las frases más complejas. Te admiré, aún en la tempestad de la preciosa imagen idealizada. Esperé, a la persona que dijo que me amaba pero que decidió encontrar un nuevo querer. Y aún así, sin el valor de que nombraras lo que cada duelo representa, me dejaste, Rodrigo, pero aún no me sueltas. Y aquí estoy, sin saber qué hacer con todo esto.

Y aquí estoy, esperando a que suceda esa mágica profecía, la de las quinientas noches, la hazaña que me haga empaparme de mí, o aquella que te vea llegar por la puerta, con un perdón, con un tulipán, o simplemente contigo…

Al final, tú sabes que aquí estoy, y quizá esa sea la razón por la que tú no. Quizá hasta haberme marchado, comprenderás que el amor de verdad, fue eso que tú y yo tenemos, eso que no puedes soltar.

Esta misiva, Rodrigo, es solo eso… una misiva más.

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